Yo era el delegado. Ni el más alto, ni el más listo, ni mucho menos el más guapo. Simplemente era el delegado. Un día, en mitad de una clase en EGB, me dijeron "vas para atrás, como los cangrejos". Ese día, hace muchos años, decidí que jamás volvería a tener que escuchar lo mismo sabiendo que era de manera justificada. Aquel día dejé de ser el líder de mi clase.
Un líder siempre debe tener el respeto de los que le soportan. Me deslumbra, por ejemplo, como aquellos que seguían de frente en frente a Erwin Rommel lo respetaban por su capacidad de tomar las decisiones justas bajo las peores circunstancias. "El Zorro del desierto" era un militar que no hacía seguidismo de las teorías de Hitler pese a ser parte clave de su propaganda victoriosa. Rommel, como narra en sus memorias el Coronel Hans Von Luck, miraba a la altura de los ojos sin esconder lo que pensaba. Por eso su final no se ajustó al respeto que le rendían ni los suyos ni sus contrincantes.
Yo he conocido muchos tipos de líderes. Desde el que lo es y no asume su responsabilidad hasta el que no lo es y ejerce con puño de hierro un mando que se autoimpone. Y es que, aunque nunca lo digamos abiertamente, todos queremos ser líderes. La faceta es discutible, pero que necesitamos ser punta de lanza en algo está incorporado en nuestro código genético.
Y no, jamás me lo han vuelto a repetir. Señorita Margarita, ¡chúpate esa!.
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