Tengo más ganas de contar cosas que las que puedo contar. Uno necesita estirarse después de este fantástico verano y desentumecer un músculo que en los últimos tres meses ha estado sometido a algo de estrés. Bendito estrés. Sé que he cambiado, sé que me ha cambiado.
He desayunado en Varsovia, almorzado en Poznan, comido en Lviv, merendado en Gdansk y cenado en Kiev. He tomado el té en Londres y he sido unos de los pocos privilegiados en sacar brillo a ese trabajo de mucho tiempo que tiene recompensa tangible cuando viajas a un evento de esta magnitud. Ha sido maravilloso. La gente, los deportistas que de repente se transformaban en personas y las personas que se transformaban en deportistas para que vibráramos con ellos, la ciudad... todo.
En mitad de todo esto creo que he crecido algunos centímetros. Igual los había perdido antes, pero entonces los he recuperado. Me he radiografiado en el Este para disfrutar plenamente en el Oeste. Los Juegos Olímpicos han sido una experiencia personal única en la que me he reconciliado con muchas de esas cosas que había olvidado. Me dejo llevar por sensaciones y estas me han conducido a un sendero maravilloso. Cuando todo "es bien", ¿ qué más puedes necesitar? ¿Qué más puedes pedir cuando te regalan detalles inolvidables? ¿Hay algo mejor que ser cómplice de una alegría eterna? Nada, disfrutar y sonreír.
Así que encaro un momento cumbre con el pecho inflado y con la espalda reparada de algún que otro palo recibido gracias a alguna sonrisa inesperada. Miro a un lado y a otro y están los que deben. Algunos están sin saberlo, otros no se irán nunca y los que llegan sólo vienen para que la vida sea más sencilla. Yo cuento con todos para compartir lo que viene. Las alegrías, compartidas, saben infinitamente mejor. Dejadme en mi burbuja.
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